Mucho se ha mencionado últimamente el término “vórtex polar”. También conocido en Canadá como “el mes de Enero”.
En este, nuestro segundo invierno, pudimos comprobar los rumores que escuchamos en nuestros países tropicales. Es verdad, para qué negarlo: Canadá es un país donde hace MUCHO, poquito o algo de frío durante la mayor parte del año. El frío nunca falta, moderado o superlativo. En este país las bajas temperaturas se aceptan, se abrazan y se hacen parte de nuestras vidas. Es eso, o vivir amargados.
El frío se vuelve cotidiano y todos, desde el Alto Gobierno hasta las amas de casa, saben como lidiar con él. A uno como inmigrante también le toca aprender, más pronto que tarde. De hecho, junto al idioma, es para muchos uno de los mayores retos del proceso de adaptación.
Imagen: Disney Pictures
Ya les había contado que este invierno sería intenso, una montaña rusa que baja y sube en el termómetro. Pues tal cual, llegó con todo y en esteroides. Nevadas descomunales, lluvias que transforman todo en hielo, ventiscas de nieve que congelan hasta los pensamientos. Si vieron Frozen, imaginen que por aquí pasó la princesa Elsa desatada y con los nervios de punta. Bueno, así.
Hasta a los canadienses los ha tomado por sorpresa. Algunos cuentan que así eran los inviernos “de antes”. De hecho, lo cuentan con emoción y nostalgia, recordando su niñez. Así como un venezolano recuerda jugar de niño en la playa, o debajo de una mata de mango, el típico canadiense añora sus inviernos de árboles congelados y eternos muñecos de nieve.
Hay tanta nieve y hielo, que es la primera vez en Canadá que me entero de que algo está escaso: la sal. La que se usa para derretir la nieve de las aceras. Nos dijeron que la Alcaldía la había comprado toda para poder cubrir las vías de la ciudad, ante la descarga de nieve que ocurrió apenas empezando la temporada y que nadie se esperaba antes de Enero. Después supimos que la sal deja de ser efectiva a partir de los -15°C, así que no queda de otra sino sacar la pala de metal (la que se usa para sembrar las maticas en verano) y empezar a picar hielo. Más adelante nos enteramos de que a falta de sal, por escasez o por inefectiva, están usando también el jugo de «sugar beet«, o remolacha azucarera. Una especie de remolacha blanca, mas bien parecido a un apio, con gran contenido de azúcar…. La verdad no me imagino mi acera toda empegostada en dulce.
En estos días recordé que a pocos meses de haber llegado en Canadá y antes de empezar las clases, envié una carta al colegio de mi hija solicitando un asiento de cortesía para ella en el autobús escolar. Por supuesto, utilicé el argumento de quienes venimos del trópico caribeño : “es nuestro primer invierno…no estamos acostumbrados a estas temperaturas…la niña tendría que caminar a la escuela con frío y nieve…”. A mi hija le dieron el asiento, no sin antes escuchar un pequeño sermón de la Directora recordándonos que en este país se espera que los niños inmigrantes puedan lidiar con el frío al igual que los niños canadienses. Supongo que será por aquello del principio de igualdad (no olvidemos que Canadá es socialista).
Hace poco a mi esposo (Consultor de IT) le tocó visitar a un cliente en Scarborough, a 40 minutos de su oficina en Mississauga. El trabajo era muy simple: llegar al sitio, actualizar un equipo, verificar que todo funcionara y regresar. Algo trivial y sencillo, sino hubiera sido el día en el cual el vórtex polar estaba en su apogeo y las temperaturas bajaron a -39°C en el GTA. Mi esposo tuvo que manejar con poca visibilidad debido a la ventisca, por una autopista congelada, cuidando de no patinar con el carro y terminar en la zanja como muchos otros. Sin poder bajar demasiado la velocidad (porque iba en una vía rápida), con todos los músculos de su cuerpo bastante tensos y agarrando bien duro ese volante. Los 40 minutos de viaje se transformaron en hora y media. Llegó al cliente super estresado y congelado. Apenas su día comenzaba… Un par de horas después, al terminar, salió a enfrentarse de nuevo con los elementos de la naturaleza. Me dijo: “Esta es la verdadera experiencia canadiense: manejar con este frío, llegar, hacer el trabajo como todo un profesional y luego devolverse.”
Ese mismo día, mi hija se quedó en casa, porque ¡ni loca la mando al colegio a -39°C! A pesar de que el transporte escolar estaba suspendido por el windchill warning de Environment Canada, los colegios no cerraron. Muchos protestaron la medida, sobre todo los adolescentes que querían quedarse durmiendo gracias al “snow day” que el Board Escolar nunca declaró. Y probablemente sus padres canadienses los obligaron a ir a clases. Después de todo, se supone que ya deben estar acostumbrados. Luego me enteré de que los autobuses no fueron suspendidos por el bien de los niños, no. Fué porque el frío extremo podría afectar el funcionamiento de las baterías, su combustible se congela, o algo por el estilo. Si no van a encender algunos, mejor los paramos a todos. De nuevo, el principio de igualdad.
Lo cierto es que haga -1° C ó -40° C, frío suave o intenso, la vida continúa en Canadá.
A veces sonrío cuando me escucho a mí misma quejarme de las capas de ropa, de los dedos congelados por usar el celular, de tener que hablar a través de la bufanda… Ya es mi segundo invierno en este país y quizás pueden pensar que aún no acepto este clima, pero no, en realidad me quejo porque eso también forma parte de la cultura canadiense. Quejarse del clima es el equivalente en Venezuela a quejarse del gobierno. A estas alturas, prefiero un frostbite a un atraco. Como diría la princesita de Frozen: “The cold never bothered me anyway.”