– “Bendición mamá.”
– “Que Dios te bendiga hija….”
Así es como mi pequeña y yo nos saludamos cada tarde cuando la busco en su colegio, mientras los otros niños y papás miran con curiosidad este ritual de cariño tan nuestro. Que los hijos nos pidan la bendición puede parecer una rareza para otra culturas, pero en Venezuela es una de las costumbres más bonitas entre padres e hijos. Porque resulta que, aunque estemos lejos, seguimos haciendo familia a lo venezolano.
Haber emigrado me ha puesto a reflexionar acerca de cómo aprendemos a amar nuestro país de origen. Cuando lo dejamos para buscar otros rumbos, nos descubrimos añorando nuestra patria con un fervor que se alimenta de la nostalgia y de las diferencias que encontramos en el país que nos adopta. Como dicen por ahí: no sabemos cuanto la queremos hasta que estamos lejos.
Desde chiquitos y sin darnos cuenta, el amor por nuestra tierra se va arraigando a medida que asociamos vivencias felices con lugares y seres queridos. Los viajes a la playa con los primos, los domingos visitando a los abuelos, los cumpleaños rodeados de famila. Mis mejores recuerdos son los de las navidades, cuando poníamos juntos el arbolito, oyendo gaitas y sintiendo como la alegría de mis padres se nos contagiaba a todos en casa.
Pero al partir, dejamos atrás a la familia extendida, la escuela, los amigos… y solo quedamos mamá y papá para transmitir a nuestros hijos lo que distingue a la nacionalidad: el idioma, los símbolos patrios, la historia, las tradiciones, los valores y creencias. Nos toca incorporar los rasgos de nuestra identidad cultural en la vida cotidiana.
¿Cómo hacer esto?
A través del lenguaje… Es cierto que los niños aprenden un nuevo idioma muy rápidamente, pero del mismo modo pueden desligarse de su lengua materna si dejan de utilizarla a diario. En casa, por ejemplo tenemos la regla de “sólo español”, el cual nosotros hablamos con el pintoresco acento zuliano. Así hemos logrado que nuestra hija mantenga la fluidez al usar el vocabulario y pronunciar las palabras, sin perder ese tono coloquial que enriquece y le da un aire de cercanía a sus conversaciones por Skype o teléfono con la familia en Venezuela.
A través de la comida… De mi mamá aprendí que la venezolanidad entra por la cocina. Por eso después de emigrar, me he dedicado a recrear esos platos criollos que nos hacen sentir más cerca de nuestra tierra. En mi casa siempre preparo cachapas y mandocas, pabellón criollo, empanadas de carne mechada, plátano asado, papelón con limón… Algo tan simple como invitar a mi hija a que amasemos juntas las arepas se vuelve un acto de enseñanza que va más allá de lo culinario. Le estoy enseñando también sobre nuestra cultura.
A través de las anécdotas… a los pequeños les encanta que sus papás les cuenten historias de cuando eran niños y si esa infancia la vivimos en Venezuela, es la mejor oportunidad para hablarles de cómo jugábamos con el trompo o la perinola, al Escondido o la Candelita. Cantemos juntos “Arroz con leche” y “Aserrín-Aserrán”. Así los recuerdos de nuestra niñez y juventud se transforman en un puente para acercar a nuestros hijos a sus raíces familiares.
A través del ejemplo… ya sabemos que ésta es la mejor manera de sembrar valores en un niño. Demostremos amor por el terruño, honrando sus símbolos, hablándoles de su bandera y del himno nacional, de sus próceres y fechas patrias. Pero sobre todo, practiquemos frente a ellos y con ellos, las mejores cualidades de nuestro gentilicio: ser alegres, solidarios, trabajadores, creyentes y apegados a los valores familiares. Esas cosas maravillosas que nos distinguen como venezolanos en cualquier parte del mundo.
Para las familias que decidimos emigrar, inculcar en los hijos el amor por el país que dejamos requiere un esfuerzo adicional. Llenar de tradición las experiencias felices en casa se vuelve más necesario que nunca, teniendo siempre presente a Venezuela a través del idioma, la cultura, los símbolos, los recuerdos y las anécdotas de nuestros años allá. Así los niños aprenderán a querer también ese lugar, o si lo conocieron, a no olvidarlo. Se seguirán identificando a medida que crecen con el país de sus padres y lo llevarán siempre y con mucho orgullo en su corazón.